-¡Jane!- dijo una voz angustiada.
Me di la vuelta en la oscuridad y mi cabello, largo y rizado, se sacudió a mi alrededor.
- ¿Quién habla?- dije, asustada.
Entonces, la oscuridad se fue aclarando y vi una imagen borrosa. Me acerqué y al fin pude averiguar, con gran horror, qué era.
Una mujer, atrapada bajo unos pesados objetos de metal, que le cubrían el torso y las piernas. La mano de aquella mujer, ensangrentada, se sacudía delante de mí, intentando atraparme. Un humo cubría todo el espacio, asfixiándome. Entonces, como si fuese un fantasma, una niña pequeña, me traspasó y se tiró sobre aquella mujer.
- Mamá, mamá,…- lloraba ella.
La niña no tendría más de cinco años y era muy menuda. Su coleta, medio deshecha, dejaba caer su pelo largo y lleno de bucles. Entonces reconocí a la mujer atrapada y a la niña.
En los ojos de aquella mujer, pude apreciar el color miel de los míos. Contuve la respiración. Unas manos gigantes, horrorosas y feas apartaron a la niña brutalmente. Grité, intentando conseguir que la pequeña volviera con su madre. Lo pedí a gritos, y entonces sacaron a la mujer de debajo de aquellos escombros, y la llevaron en una camilla hacia la ambulancia acompañada de la niña. Me metí como pude en aquel vehículo y observé cómo intentaban salvar a la madre. Con los ojos llorosos miré a la niña, ella miraba a su madre mientras apretaba su mano con ansiedad. Entonces me miró y yo pude verme en esa pobre pequeña.
Aguanté la respiración y cuando espiré, me encontré sudando, llorando y jadeando en mi estrecha cama, deshecha. Mis compañeras de cuarto seguían durmiendo y yo encogí las rodillas y las rodeé con mis brazos. Empecé a balancearme, adelante y detrás, el colchón crujió. Lloré en silencio y no me di cuenta de cuándo me dormí, pero esta vez sin pesadillas, ni sueños.
Me levanté con mis compañeras y nos pusimos el uniforme del orfanato. Ellas charlaban animadamente y se peinaban, intentando embellecerse. Yo, en cambio, me vestí en silencio, y me metí en el baño, me miré en el espejo. Era una imagen penosa. Tenía ojeras que me cubrían toda la cara, un pelo enredado y una piel blanca, sin color. Lo único que me gustaba eran mis ojos, de un color miel que me hipnotizaban. Suspiré y empecé a peinarme, lentamente.
-¡Jane!- me llamó una voz desde la habitación. Entonces, una cabeza asomó por la puerta. Era Claire. La espléndida Claire. Su pelo liso y rubio era precioso. Tenía una pile clara pero los mofletes rojos como manzanas. Sus ojos, en cambio, eran de un color marrón muy feo-¡Vamos! No querrás que la madre superiora se enfade!
-No, claro que no…-murmuré mientras me volvía hacia el espejo-. Ahora voy, vosotrs ir a clase- añadí.
La chica se encogió de hombros y se fue con las demás. Y yo seguí peinándome con indiferencia. Envidiaba a aquellas chicas, pero nunca lo reconocería. Eran guapas y populares. El orfanato era un verdadero rollo. Únicamente había chicas. Me hice una coleta, y pensé que hoy iba a ser un día completamente normal. Me lavé la cara con agua y me miré otra vez. Suspiré. Me puses la chaqueta y cogí la mochila. Antes de salir, miré la habitación. Todo estaba en orden menos mi cama. Sonreí y salí del edificio de dormitorios. El orfanato estaba casi vacío Pasé por el patio y corrí haciaclase. Las monjas erna amables y cariñosas, pero estrictas. Entré en clase y me sorprendí al no ver a nadie en clase. Me maldije y me acordé que teníamos que ir al salón de actos. Corrí hacia allí. Llegué al pasillo y encontré una veintena de mochilas bien colocadasa un lado. Tiré la mía d mala manera y golpeé la puerta. La abrí y todo el mundo se giró hacia mí. Me puse roja en cuestión de segundos. La madre superiora apretaba los labios, enfadada.
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