jueves, 26 de noviembre de 2009

Mi vínculo


-Perdóneme, madre, pero no me acordé que tuviésemos que bajar al salón.
Ella cabeceó, indicándome que me sentara. La obedecí de inmediato.
-Cómo iba diciendo antes de que la señorita Hales nos interrumpiera, el gobierno no quiere mantener dos orfanatos que están medio vacíos. Dicho esto, creo que sabéis todas a dónde quiero ir a parar- todas las alumnas nos miramos unas a otras, extrañadas.- Pero hay varios problemas. El primero, que nosotras seríamos las perjudicadas, es decir, nosotras tendríamos que ir al otro orfanato. El segundo, que no es católico- todas empezamos a hablar, emocionadas con la idea. La monja puso mala cara.-Y el último y más grave problema, que el colegio en cuestión es mixto.-fue la gota que colmó el vaso. Todas nos pusimos a hablar emocionadas. Reíamos y cuchicheábamos.
El día pasó rápido y la semana, también. Todas estábamos impacientes por el esperado día, en el que tendríamos el primer contacto con aquel extraño ser que no conocíamos. Nos dieron nuestro uniforme y el primer día de octubre, salimos con dirección a nuestro nuevo colegio.
En el autobús, yo admiraba el paisaje que se abría ante mis ojos. Todo era increíblemente precioso. Todos los tonos del otoño se podían apreciar desde aquel vehículo. Rojo, marrón, amarillo. Rojo, marrón, amarillo. Todos los colores pasaban velozmente y mis ojos parpadeaban con la intención de intentar no ponerme bizca. Mis amigas cuchicheaban, todas histéricas y emocionadas. En cambio, yo era la única que no hablaba con nadie. Al cabo de un momento, una profesora se acercó con un bebé en brazos. Se sentó a mi lado y me sonrió, triste. Yo no pude evitar devolverle otra similar.
-Mira. Esta niña fue acogida hace un año. Es muy divertida y no consigue dormirse. Si quieres puedes cogerla durante el viaje-dijo intentando dejarme a la niña. Se veía que la pequeña no paraba de moverse y la monjita quería descansar un rato.
-Por supuesto. Yo la cuidaré. Descanse. –dije mientras le quitaba del regazo a la niña.
La monja se levantó sonriendo y yo miré a la pequeña. Un mechón rojizo resaltaba con su cara, muy pálida. Sonreí a la niña y ella me miró muy seria. Le saqué la lengua y su sonrisa dejó ver sus dos dientecitos blancos. Le saqué la lengua de nuevo y la niña sonrió de un modo que me quede mirándola con la boca abierta. Cuando la niña me miró y empezó a estirar los bracitos para llamar mi atención. La acuné y miré por la ventana. La peque debió de dormirse, puesto que lo único que notaba era la respiración continua y relajada de ella. Creo que me dormí. No sé cuándo ni cuánto, pero lo que me despertó fueron unos tirones de pelo no muy fuertes. Miré y me encontré con unos ojos azules que me fascinaron. La niña intentaba que la hiciera caso. Jugué con ella y al final la niña se aburrió. Dejé que me tocara mis tirabuzones que se estiraban y se volvían a enrollar según ella los estirase o se les escapase de entre las manos. Miré de nuevo por la ventana. Al cabo de un tiempo, los tirones cesaron y miré a la niña. La pequeña miraba ahora mi colgante. No sabía de dónde lo había sacado ni de qué estaba hecho, simplemente había estado allí desde que yo tenía recuerdos. Se lo dí a la niña con un suspiro y ella lo cogió, encantada. Lo miró y lo chupó. De repente se aburrió y me lo devolvió alzando su bracito para hacerme saber que ya no le interesaba. Lo cogí y me lo puse. Al cabo de un tiempo, llegó la monjita más descansada.
-Ya me la puedes dar a Diana. Y gracias. Necesitaba u n descanso.-dijo ella tendiendo sus brazos para que le diera a la niña.
La atraje hacia mí de manera instintiva y miré a la monja, desafiante. No podía soltar a la niña que había entre mis brazos. Me di cuenta de lo que estaba haciendo e intenté relajarme.
-No, por favor. Déjeme a la niña-supliqué.
-Por supuesto, cariño. Me haces un favor- se levantó y se dirigió hacia los sitios de delante.
Miré a la niña dormida y la abracé. Entonces, ella se despertó y me rodeó con sus bracitos. Me quedé helada. Pero respondí a su abrazo, esta vez más fuerte. Entonces le hice la promesa que cambió mi vida:
-Te prometo que seguiremos juntas –no supe el porqué me sentí así de unida a la pequeña, pero lo iba a averiguar con el paso de los años.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Sueños

-¡Jane!- dijo una voz angustiada.
Me di la vuelta en la oscuridad y mi cabello, largo y rizado, se sacudió a mi alrededor.
- ¿Quién habla?- dije, asustada.
Entonces, la oscuridad se fue aclarando y vi una imagen borrosa. Me acerqué y al fin pude averiguar, con gran horror, qué era.
Una mujer, atrapada bajo unos pesados objetos de metal, que le cubrían el torso y las piernas. La mano de aquella mujer, ensangrentada, se sacudía delante de mí, intentando atraparme. Un humo cubría todo el espacio, asfixiándome. Entonces, como si fuese un fantasma, una niña pequeña, me traspasó y se tiró sobre aquella mujer.
- Mamá, mamá,…- lloraba ella.
La niña no tendría más de cinco años y era muy menuda. Su coleta, medio deshecha, dejaba caer su pelo largo y lleno de bucles. Entonces reconocí a la mujer atrapada y a la niña.
En los ojos de aquella mujer, pude apreciar el color miel de los míos. Contuve la respiración. Unas manos gigantes, horrorosas y feas apartaron a la niña brutalmente. Grité, intentando conseguir que la pequeña volviera con su madre. Lo pedí a gritos, y entonces sacaron a la mujer de debajo de aquellos escombros, y la llevaron en una camilla hacia la ambulancia acompañada de la niña. Me metí como pude en aquel vehículo y observé cómo intentaban salvar a la madre. Con los ojos llorosos miré a la niña, ella miraba a su madre mientras apretaba su mano con ansiedad. Entonces me miró y yo pude verme en esa pobre pequeña.
Aguanté la respiración y cuando espiré, me encontré sudando, llorando y jadeando en mi estrecha cama, deshecha. Mis compañeras de cuarto seguían durmiendo y yo encogí las rodillas y las rodeé con mis brazos. Empecé a balancearme, adelante y detrás, el colchón crujió. Lloré en silencio y no me di cuenta de cuándo me dormí, pero esta vez sin pesadillas, ni sueños.
Me levanté con mis compañeras y nos pusimos el uniforme del orfanato. Ellas charlaban animadamente y se peinaban, intentando embellecerse. Yo, en cambio, me vestí en silencio, y me metí en el baño, me miré en el espejo. Era una imagen penosa. Tenía ojeras que me cubrían toda la cara, un pelo enredado y una piel blanca, sin color. Lo único que me gustaba eran mis ojos, de un color miel que me hipnotizaban. Suspiré y empecé a peinarme, lentamente.
-¡Jane!- me llamó una voz desde la habitación. Entonces, una cabeza asomó por la puerta. Era Claire. La espléndida Claire. Su pelo liso y rubio era precioso. Tenía una pile clara pero los mofletes rojos como manzanas. Sus ojos, en cambio, eran de un color marrón muy feo-¡Vamos! No querrás que la madre superiora se enfade!
-No, claro que no…-murmuré mientras me volvía hacia el espejo-. Ahora voy, vosotrs ir a clase- añadí.
La chica se encogió de hombros y se fue con las demás. Y yo seguí peinándome con indiferencia. Envidiaba a aquellas chicas, pero nunca lo reconocería. Eran guapas y populares. El orfanato era un verdadero rollo. Únicamente había chicas. Me hice una coleta, y pensé que hoy iba a ser un día completamente normal. Me lavé la cara con agua y me miré otra vez. Suspiré. Me puses la chaqueta y cogí la mochila. Antes de salir, miré la habitación. Todo estaba en orden menos mi cama. Sonreí y salí del edificio de dormitorios. El orfanato estaba casi vacío Pasé por el patio y corrí haciaclase. Las monjas erna amables y cariñosas, pero estrictas. Entré en clase y me sorprendí al no ver a nadie en clase. Me maldije y me acordé que teníamos que ir al salón de actos. Corrí hacia allí. Llegué al pasillo y encontré una veintena de mochilas bien colocadasa un lado. Tiré la mía d mala manera y golpeé la puerta. La abrí y todo el mundo se giró hacia mí. Me puse roja en cuestión de segundos. La madre superiora apretaba los labios, enfadada.