lunes, 28 de febrero de 2011

Te añoro.

En la cocina, una y cuarto de la mañana del 27 de Febrero de 2011, en un cuaderno en blanco que encuentro en su armario, empiezo a escribir para llorar. Para llorar a mi abuelo. Acabo de conocer la noticia. He visto álbumes de distintas fases de su vida. De niño, de joven, de marido, de padre, de abuelo. Y desde mi punto de vista, un gran abuelo. En casa del abuelo. Con sus cosas. Al lado de la silla donde él siempre se sentaba a comer. Con su cojín rojo desgastado. La mesa con cuatro manzanillas. Montse, Ana, Miriam y yo. Y cinco vasos vacíos. Magdalena, José Antonio, Nicolás, María Jesús y Óscar. Y una botella de agua. Vicenta. Dana a mi lado. No le ha llegado a conocer del todo. Entro en el baño. Vacío. No está su Floïd encima del lavabo. La mesa del escritorio, cerrada. La casa, en silencio. Lágrimas que borran mi mirada. Y recuerdo el comienzo. Todo. Y los recuerdos me invaden, y me ahogan el cerebro. No le dejan pensaron claridad. Todos mis recuerdos. En la terraza de la playa. En Alicante, por la mañana, con su tostada de pan y el aceite, los tomates y su jamón. Los sobaos. Raphael. Nochevieja. Su pijama viejo. Las tardes en su estudio. Todavía no sé qué hacía tan importante allí. Hace tan solo media hora. Media hora. Y ya no hay UVI. Ni habitación. Ni subida a planta. Ya no hay nada. NADA. Solos. Pero la energía no se destruye, fluye. Y la del abuelo no va a ser una excepción. Cacharros por toda la cocina. Noche oscura. Día ardiente y soleado. Crisis. Ansiedad. Siente. Él sentía.
Hablando. Desahogando. Llorando. Recordando. Temblando. El tapón de la bañera. El camión. Los camiones. El taxi. El paseo. La playa de Muxavista. La mejor del mundo para el abuelo.
Asumirlo. Un problema. Solucionado. Un destino. Solucionado. Una vida. Solucionado.
Pero surgen más problemas. Y no se resuelven tan fácilmente.
Con su bolígrafo, escribiendo. Con su sangre, en mis venas. Con su carácter, en mi misma. Dolor de tripa. Paz interior. Vida plena. Familia plena. Cariño, de nuevo recuerdos, amor. ¿Distancia? No sé si eso es lo que quiero. Pero si sé que a ti te quiero. Que te añoro. Que te recuerdo. Que lo siento. Que me muero. Que no como ni bebo. Ni un destello. Todo negro. No lo entiendo. Ni quiero. Demasiado. Ofuscada. Encajonada. Distanciada. Mareada. Sonrosada. Acalorada. Sucia e incontrolada. Las uñas. Objetivo. Solucionado. De nuevo solucionado. Y ya no tengo uñas. Recortadas al mínimo. Mordidas, tragadas y digeridas. El reloj. Tic. Tac Y el tiempo pasa. Pasa. Y el abuelo no está y la Tierra sigue girando. Y el mundo se despierta. Y no puedo más. Y te necesito. Pero te has ido. Sola. Ante el mundo. En tu cocina, abuelo. Al lado de tu silla. Y la miro. Y te veo. Te veo. Y te siento. Cuando paseo por la casa. Cuando lloro. Cuando miro a mi padre. Cuando respiro. Pero todo pasa. Y tú lo has solucionado. Has terminado tu trabajo. Pero todo trabajo tiene una continuación. Y yo la hago, abuelo. Yo la continúo. Y te quiero. Y tú lo sabes. Porque lo sabes y no hay más que hablar. Es un punto en un texto. Un punto y final. Que si queremos todos, es un punto y aparte. El reloj no para de sonar. Le quito las pilas. Basta. Era el abuelo. Respiro. Escribo. Y no paro. Y mi mano tiembla. No entiendo mi letra. Las lágrimas de nuevo. Manzanilla. Te quiero. Tus inventos. Tus manías. Tus te quiero. La puerta. No la volverás a cruzar. Tú no. Pero si tu mujer, tus hijos y tus nietos. Los que te añoran, los que te sienten. En ese corazón, que en tu caso te ha mantenido vivo, cuando nadie lo creía. Cuando el problema era el cerebro. La hemorragia. No pienso en eso. No quiero. Recuerdo tu risa. Tu cantar por las mañanas. Tus comidas preferidas. Tiempo. Ayuda. Esfuerzo. Cariño. Distancia, Sobretodo distancia. Y no sé si lo he dicho ya, pero es que te quiero. Te añoro. Pero por encima de todo, te recuerdo.